UNA CAPTURA PARA RECORDAR

La probabilidad o el destino, aunque no soy una persona determinista en absoluto, no sabría discernir cual de los dos puso, hace ya varias décadas, la primera caña de pescar en mis manos y, con ella, la semilla de lo que ha llegado a ser una parte esencial de mí.
Es increíble como una decisión tan baladí como regalar una caña “casi” de juguete a un chaval puede desencadenar en una auténtica devoción por esta afición.
En un principio son sensaciones muy intensas, vivencias que no se olvidan, tus primeras capturas, tus primeros éxitos y las miles de espinas que dejan en tu ánimo cada batalla perdida con un gran pez y cada día que no eres capaz de dilucidar donde, como, ni cuando encontrarlos, pues, a pesar de los conocimientos y experiencias que acumulas en cada salida de pesca, el pez siempre logra desarbolar tu cabeza, sacudir tus ideas preconcebidas y hacer tambalearse a tu seguridad, pero es en esa batalla donde el pescador de verdad, el que ama “la pesca” en el más amplio sentido del término, disfruta y aprende con cada partida perdida.
Siempre he pensado que me queda tanto por aprender de mis salidas de pesca y de los demás, que aun soy y seguiré siendo un mero aprendiz, quizás con más experiencias acumuladas que algunos compañeros por mis múltiples salidas de pesca, pero no por ello mejor ni peor pescador que cualquiera porque, en mi opinión, la batalla más interesante no es la que un pescador puede librar en una competición para demostrar que eres mejor o peor que otros, sino la que uno desarrolla consigo mismo cada día para intentar aprender y ser mejor y es que, si hay algo que me gusta de las competiciones, es el darme cuenta de que cada pescador afronta una misma situación con muchas soluciones posibles, muchas de ellas tan válidas o más que la mía, lo que me lleva a ser consciente de todo lo que me queda aún por aprender y descubrir, y para mi, no hay mejor motivación.
Todas estas reflexiones acerca de mi forma de entender este deporte y, sobre todo, la actitud de seguir aprendiendo de cada persona con la que comparto lances y cada salida de pesca, acuden a mi mente cuando consigo una captura excepcional y recuerdo mis primeros pasos en este mundo tan apasionante, cuando veía las fotografías de otros pescadores con peces enormes y me preguntaba si algún día sería capaz de capturar alguno similar.
Desde aquellos entonces hasta ahora mi forma de entender la pesca ha cambiado radicalmente, gracias a la información que pude obtener de personas que quisieron compartirla a través de artículos o foros y después puse en práctica en el agua, pero también de las vivencias a pie de agua con grandes pescadores de los que aprendí mucho.
Hoy en día la actitud de muchos de los pescadores que han llegado a adquirir un gran nivel de conocimientos acerca de esta especie es la de no compartir esa información, postura respetable que yo no comparto, puesto que todos, en uno u otro momento, hemos aprendido gracias a la generosidad de otros y el hecho de compartir es algo que, a la larga, puede enriquecernos a cada uno de nosotros, ya que, cada pescador tiene algo que aportar y enseñar a los demás. Y al hablar de “compartir información” no quiero referirme a que se especifique el sitio exacto o el señuelo con el que se consiguió la captura, sino a otros elementos muchos más importantes como son el comportamiento o la localización del pez en determinadas situaciones, piedra angular en la que todo pescador debe basar sus métodos y decisiones a la hora de afrontar cada salida y situación.
Todos aquellos que hayáis continuado con la lectura hasta este punto os preguntaréis hacia donde se dirige esta crónica, y aunque reconozco que divago en exceso, no quería perder la oportunidad de plasmar lo que circulaba por mi mente cuando intentada ordenar las ideas para compartir con vosotros una de las capturas que más ilusión me han hecho este año 2015, durante los primeros compases del mes de marzo, fecha marcada a fuego en el calendario de todo “cazador de trofeos”.
Aunque cada año es distinto, en función de las condiciones climatológicas que afectan a cada región, la prefreza es un momento único para conseguir la captura de un gran pez, puesto que podemos encontrarlos en su momento de máximo peso anual, debido a que suelen estar bastante cargados de ovas y a que han comenzado ya a comer de forma compulsiva para conseguir las reservas energéticas suficientes que les permitan afrontar el duro periodo de la freza con garantías y aquí, por tierras extremeñas suele ser marzo el punto de inflexión entre el invierno y la prefreza temprana, el momento en el que las grandes hembras suelen abandonar sus posturas invernales y comienzan a aventurarse por lugares más someros y accesibles.
Sin embargo, que el pez tenga una clara necesidad de alimentarse no quiere decir que nos vaya a poner fácil su captura, ya que durante la prefreza temprana la temperatura del agua se encuentra aún a niveles muy bajos, lo que afecta a la forma de alimentarse del bass, que lo hará de forma intensa pero en intervalos de tiempo muy marcados y lugares concretos, con lo que estar el momento y lugar adecuados se antojan críticos para aumentar nuestras probabilidades de éxito.
La captura de un gran bass como el que os relataré a continuación puede considerarse un suceso aleatorio, si pensamos en la casualidad como único desencadenante de la elección del bass por la postura en la que se desarrolló la acción, y, aunque en parte no sea del todo incorrecta esta afirmación, pues ese día estaban especialmente reacios y, cuando esto sucede y hay tan pocos peces activos en posturas muy puntuales desciende notablemente la probabilidad de su captura.
Sin embargo, aunque esto sea así, el pescador siempre debe tener armas para intentar contrarrestar esta situación y, pese a que hay determinados señuelos que pueden marcar diferencias o equipos que ayudan notablemente a maximizar la relación picadas/capturas, existen otros elementos más básicos y sin los que todos los demás carecen de sentido, y es que toda salida de pesca debe basarse en tres pilares básicos, localización, presentación y timing.
La localización va a determinar las presentaciones más idóneas para tentar al bass y, por tanto, los señuelos adecuados para llevarlas a cabo. Por último el timing, término inglés que viene a significar “estar en el lugar adecuado y el momento exacto” ha sido y seguirá siendo un quebradero de cabeza para todo pescador al decidir si pescar un determinado apostadero durante más o menos tiempo, cuestión sobre la que sólo la experiencia y las condiciones concretas del embalse en cada época del año pueden arrojar algo de luz. Pero dejemos estos conceptos para analizarlos en un artículo como se merecen y volvamos al tema que inspiraba esta crónica…
Miles de ideas revoloteando por mi cabeza, junto al abanico de posibilidades en cuanto a señuelos y presentaciones idóneas que quería probar aquel día.
Comenzaba una jornada de pesca nublada, airosa y bastante fría, como corresponde a esta época del año, y con una predicción meteorológica bastante adversa, que no iba a mermar, en modo alguno, nuestras ganas de pescar, pues si estos días se hacen bastante incómodos al pescador, también lo benefician, ya que, no sólo existen determinados lugares del embalse en los que se puede concentrar el alimento y, con el, algún gran depredador, sino que además camuflan nuestros errores de presentación, haciéndolos menos importantes a la hora de conseguir la picada.
El planteamiento a seguir, con una temperatura del agua inferior a los 10 grados centígrados, era pescar lugares que reuniesen las condiciones, en principio, idóneas para estos compases de la temporada, localización del alimento, estructuras sumergidas que conecten zonas someras con zonas profundas y una adecuada composición del suelo.
Los señuelos elegidos para afrontar estas estructuras el “omnipresente” jig, señuelo esencial en embalses estructurados con aguas frías, y un montaje drop shot para tantear los escalones más verticales buscando basses que se encuentren justo en ese límite a la espera del momento adecuado en que entrar a comer a las partes menos profundas.
He de decir que, aunque para esta época existen muchas y muy diversas presentaciones válidas a elegir, hemos de seleccionar aquellas que nos ofrezcan las mayores probabilidades de conseguir picadas en el embalse concreto en el que estamos pescando, pues las presas disponibles y las costumbres del bass varían en cada masa de agua y es otro elemento decisivo a la hora de la toma de decisiones.
La teoría dictaba que estábamos pescando con lógica, pero la práctica demostraba que los peces no estaban por la labor, y, tras dibujar casi a la perfección cada palmo y cada milímetro de la primera estructura elegida con nuestros señuelos, decidimos cambiar a otra postura cercana de condiciones similares, pero que el aire golpeaba de forma más intensa y directa.
Se trataba de una localización muy conocida y con gran presión de pesca, pero no por ello menos interesante, y, sin duda, era el momento más indicado para probar fortuna, pues si bien es cierto que existen en todos los embalses lugares que son verdaderos imanes para los grandes basses, no lo es menos que suelen ser lugares conocidos y frecuentados por gran número de pescadores y, por ello, sus basses se muestran especialmente duros y selectivos.
Son estos días en los que los que el aire mueve y ensucia el agua y las nubes disminuyen la luminosidad cuando estos lugares resultan más productivos, ya que, el depredador encuentra una oportunidad perfecta para emboscar y cazar a sus presas, con lo que se encontrará en una actitud más activa ante los señuelos. Además la imposibilidad de localizarnos con facilidad lo sitúa en una situación de mayor vulnerabilidad, hecho que debemos aprovechar si queremos tener alguna oportunidad con estos peces tan listos y pescados.
Este era el tema de la animada conversación que mantenía con Jesús y Mario en ese momento, ya que, a pesar de coincidir todos en que era un lugar muy tocado,  queda patente que hay determinadas estructuras en cuyo alrededor gravitan todo el año entero grandísimos ejemplares y hay que pescar, especialmente en momentos como aquel, con una ligera ventaja para el pescador frente a los aturdidos sentidos del depredador.
Bastaron dos lances, el primero, improductivo, colocado justo en el acceso a la estructura más evidente. El segundo rebasando la barrera de conexión entre la zona de alimentación y la profundidad circundante.
El protagonista el jig, otra vez el model II de keitech. Tras posarse en el fondo y comenzar a arrastrarlo lentamente entra en contacto con la estructura, momento fundamental en el que debemos aumentar la concentración, pues el pescador que utiliza el jig con frecuencia sabe que, entre ese momento en el que éste impacta por primera vez con un obstáculo y el momento en el que cae tras haberla superado se encuentra la zona más productiva, donde se producen el mayor porcentaje de picadas con este señuelo.
Un ligero movimiento de la caña y de nuevo la adrenalina disparándose con la inconfundible sensación que te transmite el jig al golpear y desplazarse sobre la estructura rocosa en la que se encontraba, momento en el que dejas incluso la conversación que tenías con tu compañero y desaparece la sensación de frio reinante, durante unas milésimas de segundo esa sensación ocupa toda tu atención pues cualquier picada, en estos momentos cruciales de la temporada puede venir provocada por el pez de tu vida…
Sin embargo nada sucede al otro extremo, era tan sólo una roca sumergida la que había hecho que mi corazón se disparase.
Arrastro entonces el jig golpeando y arañando la superficie del obstáculo hasta llegar hasta su punto más algo y saltar hacia el vacío y, entonces, una sacudida seca y decidida me llega hasta la caña, ¡algo ha tomado el señuelo!.
La rápida, eléctrica y, sobre todo, potente carrera con la que el pez salió disparado hacia un costado tras la clavada me hacía suponer que se trataba de un buen ejemplar.
La batalla no había hecho más que empezar, el pez tiraba de forma increíble, sin tregua, dirigiendo todos sus esfuerzos en buscar aguas más profundas y arqueando la Gunslinger al máximo.
Tras ver frustrado su intento, tomó la dirección de la superficie, tan temida por todos los pescadores de bass, ya que en esas décimas de segundo en las que, con sus sacudidas, el pez consigue destensar la línea, es cuando se pierden más batallas con los grandes ejemplares, mucho más experimentados en estas lides.
A pesar de mis intentos por evitar que saltase, introduciendo la caña en el agua y ejerciendo presión hacia el lado contrario, tan sólo conseguí que no pudiese realizar su acrobacia de forma completa, asomando únicamente su boca y parte de lo que parecía un cuerpo enormemente voluminoso, lo que hizo que la adrenalina se disparase aún más si cabe.
Ya bastante mermado por la pelea, el bass intentó jugar aun su última carta. Estos grandes ejemplares tienen, en la pelea, un sinfín de argucias ganadas con el tiempo y las experiencias y, por ello, hasta el momento de tenerlo en nuestras manos, pueden sorprendernos y lograr zafarse de nuestros señuelos.
Al ver la embarcación el bass cambió bruscamente de dirección, pasando justo por el lugar donde el eléctrico se encontraba sumergido, momento crítico en el que la línea tocó el motor y pensé que podría perder la batalla, después de ver tan cerca la captura…
Sin embargo en esta ocasión la fortuna estaba de mi lado y, tras lograr esquivar el motor, pude acercar al bass y hacerlo aflorar a la superficie.
Ahí estaba, rendido y exhausto, un pez realmente espectacular, masivo, rollizo y rebosante de salud, de ahí la dureza de su pelea.
Una pesada rápida y, por supuesto, unas fotos para el recuerdo con uno de los peces más espectaculares que jamás he pescado, por sus formas y dimensión.
Sin alargar más de lo necesario este momento, llegaba la hora de despedirse y observar como se alejaba de nuevo hacia las profundidades, hacia su hogar, donde podrá cumplir de nuevo, algún día, los sueños y anhelos de otro pescador.
Espero que os haya gustado esta crónica que va dedicada a mis amigos Jesús Fuentes y Mario Jiménez, que quisieron acompañarme ese día y con los que disfrute de una dura, pero más que satisfactoria, jornada de pesca, ya que, aunque los peces son la guinda del pastel, la compañía y los amigos son los que de verdad hacen posible que una jornada de pesca sea realmente completa.
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