La captura de un gran bass, uno realmente enorme, puede producirse de forma totalmente fortuita, en el lance y el lugar menos esperados, pero generalmente es el resultado de muchas horas a pie de agua, jornadas y jornadas de aprendizaje y momentos de verdadero “éxtasis” mezclados con fracasos rotundos, auténticos moldeadores de la personalidad y la experiencia de todo pescador de bass.
Son además estas capturas, y no otras, las que llegan de forma totalmente intencionada y tras muchos intentos infructuosos, las que quedan grabadas para siempre en la memoria, milésimas de segundo que vuelven al recuerdo una y otra vez casi con la misma fuerza e intensidad para rememorar ese lance, ese movimiento y esa picada que podrías reproducir casi con total exactitud por mucho tiempo que transcurra….
Para comenzar a relatar uno de estos días tendremos que remontarnos hasta las postrimerías del mes de marzo, con la llegada de un frente frío que trajo consigo un cambio radical, con un viento del norte más que desagradable y un manto de nubes que cubrieron el cielo tras varias semanas de calma total y temperaturas en ascenso.
Los peces, tal y como cabía esperar, reaccionaron a esta situación desapareciendo de las posturas donde se situaban tan sólo unos días antes y volviéndose mucho más complicados de localizar y de tentar. Tocaba enfrentarnos a un escenario nada sencillo, pero ¿qué pescador de bass que se precie puede negarse ante el reto de enfrentarse a lo difícil y seguir aprendiendo?, porque en la pesca no se deben disfrutar y valorar únicamente los resultados positivos y las capturas conseguidas, un deportista que realmente ame este deporte debe saber extraer de cada situación y cada salida de pesca algo positivo que le haga aprender y seguir creciendo.
Y, aunque las charlas que pude tener con varios amigos que habían estado en el agua la tarde anterior a la relatada, justo en el momento de la llegada del frente, no eran en absoluto alentadoras, puesto que todos coincidían en la gran apatía en la que los peces se habían sumido tras comenzar a hacerse patentes la bajada de temperaturas y el viento en aumento, tres de los seis amigos que inicialmente habíamos quedado para compartir ese día de pesca, los más enfermos, nos encontrábamos a la hora pactada a pie de agua con la barca preparada y todo a punto para afrontar un nuevo día de pesca.
Cómo primera opción decidimos tocar algunas de las localizaciones donde las semanas anteriores habíamos conseguido buenas capturas, centrándonos especialmente en aquellas que dispusieran de estructuras densas en forma de grandes rocas, betas de pizarra o acumulaciones de piedras sueltas, ya que esos elementos retienen y conservan la temperatura y ofrecen al pez una ambiente térmicamente más estable, comida y refugio.
Llegamos a nuestro destino inicial y comenzamos a prospectar la zona con calma, tocando cada palmo y cada elemento de la estructura en la medida en que el viento nos dejaba, ya que con las continuas rachas nos obligaba a corregir continuamente la posición de nuestra embarcación. En esta zona teníamos depositadas bastantes esperanzas, puesto que nos había dado grandes resultados las jornadas anteriores, pero en esta ocasión parecía estar desierta, sin vida…
Sin embargo nuestra consigna era la paciencia, íbamos concienciados en que los basses se mostrarían más difíciles de lo habitual y tocaba tirar de confianza y de experiencia para intentar sacar el mayor partido a cada postura elegida. No obstante la primera hora completa se iba extinguiendo sin resultado alguno y tocaba decidir, cosa harto difícil a veces, si debíamos permanecer o no más tiempo en ese lugar.
Es esta una cuestión nada fácil de dirimir, pero de vital importancia. Lo que es más, seguro que muchos de vosotros habéis tenido que enfrentaros a veces a la situación de tener que decidir si permanecer más tiempo en una determinada postura en la que tienes gran confianza o cambiar de zona, para lo cual, por desgracia, en cada jornada de pesca puede ser la correcta una respuesta distinta. Deben ser la propia experiencia y la intuición de cada pescador los elementos que sirvan de guía en cada situación concreta.
Respecto a este tema, del que se podría hablar bastante, os recomiendo encarecidamente la lectura del libro “In Pursuit of Giant Bass”, de Bill Murphy, y más concretamente el capítulo denominado “Timing is everything” en el que el autor trata más en profundidad esta controversia desde el punto de vista de un auténtico “Cazador de basses record”.
La ausencia de picadas seguía siendo la tónica dominante, pero el sitio debía tener peces y la confianza en el señuelo elegido, un jig keitech model II en color darkgreenpumpking, era total. Tocaba mantener la calma y un poquito de paciencia.
El enésimo lance en la misma postura, levantando la caña de forma muy sutil, por si el pez ha tomado el señuelo a la caída y lo retiene en la boca, ya que, en estos días en los que el pez se muestra especialmente duro, ante el más mínimo detalle, como puede ser una tensión excesiva de la línea, puede escupir el señuelo de inmediato y, casi con total seguridad, no habrá lugar para segundas oportunidades.
Comienzo a tensar la línea de forma sutil y en esta ocasión noto algo diferente, el pulso se acelera…Puede tratarse de un alga o alguna pequeña piedra que está reteniendo el jig, pienso, pero entonces un levísimo y casi imperceptible toc-toc delató la presencia de un pez al otro lado de la línea.
Un par de rapidísimas vueltas de manivela para recuperar parte de la línea aún en destensión y aumentar las probabilidades de clavar con éxito y un enérgico cachete a mi Gunslinger y ya pude sentir como el pez ha salido disparado hacia un costado, por fin la primera picada.
El pez se defiende con bastante fuerza y transmite la sensación de ser de buen porte, concretamente un gran bass por la rapidez con la que intentaba dirigir su carrera hacia la superficie. Y no tardaríamos mucho en comprobarlo pues, haciendo gala de su potencia, nos deleitó a los tres, espectadores de lujo, con un espectacular salto a escasos metros de la embarcación.
Un par de embestidas más en las que puso a prueba el equipo antes de entregarse, rendido y exhausto, y ya está en mis manos el primer pez de la mañana, un magnífico animal que rompió sin dificultades la barrera de los 2 kg de peso, y que, tras las fotografías de rigor, fue devuelto al agua como corresponde a tan digo rival.
Si la captura de un gran ejemplar siempre supone una grata recompensa, en estas jornadas en las que los peces parecen haber desaparecido se valora aún más cada picada y cada captura conseguida.
Con los ánimos que supone una captura así seguimos tanteando la estructura y, en la siguiente media hora conseguimos un par de picadas que no conseguimos realizar por uno u otro motivo, y, de nuevo, . Pareciese que los basses habían tenido un pequeño pico de actividad, pero de nuevo la apatía y la total ausencia de picadas volvían a ser la tónica dominante.
Tocaba pues cambiar de postura, y durante las próximas dos horas tocamos un par de lugares en las que probamos con distintos señuelos y capas de agua sin mayor resultado que un par de basses de pequeño tamaño, por lo que la decisión para mi estaba clarísima, seguiría pescando con el jig aunque eso supusiera conseguir muy pocas picadas, buscando optimizar la calidad de las mismas.
Una nueva postura por tocar, una pequeña punta con fondo compuesto de arena y grandes piedras irregularmente repartidas a lo largo de su extensión, y que, aparte de su rápida conexión con aguas profundas, servía de punto de unión y conexión entre una recula diminuta y somera, que suelen visitar las grandes hembras de bass en los soleados y tranquilos días que de vez en cuando nos regala el mes de febrero, y un arrollo de grandes dimensiones que suele ser de lo más atractivo para un depredador de porte en busca de alimento. La postura se presentaba como ideal, pero hay ocasiones en las que las apariencias engañan.
Sin embargo en esta ocasión el lugar iba a cumplir con las expectativas, pues nada más lanzar al lugar elegido, dejar que el señuelo cayese al fondo y realizar el primer movimiento, sentí una picada clara y contundente. Algo había tomado de nuevo mi jig y, visto lo acontecido durante toda la mañana con picadas tan poco decididas por parte de los basses, parecía claro que en esta ocasión se trataba de un lucio, idea que tuve que descartar inmediatamente cuando el pez salió disparado hacia la superficie y pude ver la redondeada y rechoncha figura de un buen bass surcando el aire e intentando desprenderse del señuelo.
Aunque su tamaño era menor a la primera captura del día, puesto que no llegaba a la barrera de los 2000 gramos por muy poco, no lo era su determinación a la hora de pelear. Se trataba de un ejemplar verdaderamente fuerte y, desde luego, me hizo disfrutar de lo lindo con sus huidas y carreras hacia el fondo. Hasta que las fuerzas por fin le abandonaron y se entregó rendido vendió cara su derrota. Un par de fotos y de nuevo devuelto a su medio para que siga creciendo y haciendo disfrutar a futuros pescadores tanto como a mí.
Entre pruebas y desplazamientos la mañana se había agotado, escasa de capturas, pero muy entretenida en cambio, no sólo por las numerosas pruebas realizadas para intentar determinar la localización del bass y los señuelos más efectivos, sino por las bromas y las risas que nunca faltan cuando uno va en buena compañía.
Tras reponer fuerzas tocaba enfrentarse a la segunda parte del combate en la que, tras subir unos grados la temperatura, cabía esperar una mayor actividad por parte de los basses.
Los conocimientos teóricos son muy importantes, aunque los peces, como organismos vivos que son, a veces resultan demasiado cambiante e impredecibles, respondiendo a cambios de algunas variables imposibles de controlar.
Esta dificultad y variabilidad forman, sin ninguna duda, parte de la magia y la atracción que su pesca provoca en muchos de nosotros y que hace que nunca jamás dejemos de aprender e intentar mejorar para poder, algún día, llegar a comprender mínimamente el comportamiento de estos seres y, así, convertirnos en mejores pescadores.
El aire parecía amainar por momentos y la temperatura por fin subía un poco, haciendo la tarde más llevadera.Por el contrario los basses parecían haber entrado en un estado de inactividad total, ya que durante casi tres horas seguimos prospectando lugares de características similares a aquellos donde acompañaron los resultados por la mañana consiguiendo, únicamente, la captura de dos pequeños ejemplares de lucio que hacían honor a su sobrenombre de “lapiceros”.
Ante esta tesitura tocaba tomar una determinación. Descartada la opción del lugar elegido, puesto que tocamos varias localizaciones en lugares alejados entre sí, quedaban un par de opciones principales a estudiar.
La primera de ellas era la elección del señuelo, para lo cual hicimos diferentes probaturas con tamaños y colores y cada uno de nosotros optó por señuelos diferentes, pasando desde jerkbaits blandos y duros, por señuelos de vinilo al texas, jigs, spinnerbaits en zonas especialmente golpeadas por el viento e incluso finesse en aquellos lugares en los que las condiciones meteorológicas permitían su utilización, pero el resultado seguía siendo el mismo, nada.
La segunda opción era cambiar el patrón y para ello decidimos probar dos patrones diferentes al que habíamos seguido. El primero consistiría en buscar a los peces en el interior de reculas y playas relacionadas con zonas de mayor calado. Este parecía, a priori, el comportamiento más lógico puesto que son innumerables las jornadas de estos meses de prefreza en las que las grandes hembras de bass, al alcanzar el agua una determinada temperatura, se desplazan a zonas más someras en busca de alimento, aunque estos lugares suelen estar en conexión, más o menos directa, con accesos rápidos a profundidad. La lógica dictaba un camino, en cambio los resultados, con tan sólo un pequeño bass capturado en uno de los lugares elegidos, parecían indicar otro bien distinto.
Quedaba pues por descartar la segunda opción, que no era otra que buscar posturas de prefreza, que no son otras que lugares con grandes desniveles y escalones con caídas a profundidad. En ese momento recordé una postura que un buen amigo, Toni Ureña, me enseño en una de las jornadas que tuve la suerte de compartir con él en otoño del año anterior y que cumplía a la perfección con las características que debe tener una buena postura de prefreza, además estaba azotada directamente por el viento, lo que añadía la posibilidad de que en ella se encontrase bastante comida disponible.
Fue una decisión tomada de forma instantánea, pues la tomé mientras me dirigía hacia otro lugar, una de esas ideas inesperadas y espontáneas que se cruzan por tu mente en un determinado momento y que algunos prefieren llamar instinto mientras que otros bautizan como suerte. Y quizás hubo parte de ambos componentes en la elección de realizarla.
Nada más llegar al lugar, y apenas bajado el motor eléctrico al agua, la sonda comienza a mostrar bastante comida concentrada en los accesos al lugar. Pero, tras una pasada para detectar las estructuras allí localizadas, la sonda marcaba algo más en el lugar…
Tras retirarnos y colocar la embarcación de forma que el aire nos pegase de frente para poder controlar y corregir mejor nuestra posición, con la intención de prospectar la zona con pausa y detenimiento, comenzamos a lanzar intentando posicionar nuestros señuelos de la forma más aproximada posible a la “zona caliente”, la comprendida en las proximidades de las estructuras de forma que el señuelo las recorriese y saltase y, de este modo, maximizar nuestras opciones de conseguir la tan ansiada picada.
Y bastó un único lance, de nuevo la suerte, la intuición, aleatoriedad o la alineación de planetas, o todas a la vez, quisieron que mi señuelo cayese exactamente en el lugar preciso, pues nada más tensar la línea sentí la inconfundible resistencia acompañada del Toc-Toc con la que se delata la presencia de vida al otro lado.
Entonces, sin dar tiempo al pez a arrepentirse, realizo una rápida clavada y el pez comienza una rápida y veloz huida tirando mucha fuerza y delatando, de esta manera, su más que buen tamaño. La lucha se desarrolla casi en su totalidad bajo el agua pero el bass, experimentado escapista, no quiere entregarse sin jugar todas sus cartas y, para acabar con sus últimas fuerzas, nos regaló un espectacular salto que nos dejó a los tres boquiabiertos. Sin duda era muy grande, quizás más de lo esperado pero, ¿Sería un bass de más de 3kg, un animal de los nos quitan el sueño a muchos de nosotros?
Tan nervioso me encontraba que pedí al compañero que utilizase la sacadera para cogerlo y así evitar que cualquier posible error o precipitación finales pudiera dar al traste con la captura y, tras un primer intento que me puso más nervioso todavía, el pez por fin está dentro y podemos verlo con detenimiento y pesarlo.
Casi 2,7 kg, magnífico ejemplar que, sin embargo, dejaba un sabor agridulce puesto que, por unos instantes al ver sus dimensiones en el salto, pensábamos que podía alcanzar la ansiada meta de los 3000 gramos.
Aunque ya hace bastantes años que tuve la inmensa fortuna de capturar mi primer bass que los superase, en el embalse de Sierra Brava, lograr un ejemplar así siempre resulta especialmente difícil debido a que es un peso al que llega un porcentaje muy reducido de la población de basses un embalse y a que son animales especialmente difíciles de engañar, porque a lo largo de su vida han vivido innumerables experiencias que los hacen ser aún más asustadizos, prudentes y selectivos a la hora de tomar un señuelo. Por ello es una experiencia que queda grabada en el recuerdo para siempre.
Unos instantes después ya vemos como la silueta del bass se va difuminando poco a poco mientras regresa a las profundidades del embalse a seguir desarrollándose y creciendo para, quizás, volver a encontrarnos de nuevo en alguna ocasión futura o hacer disfrutar a otro afortunado pescador con su picada y su lucha espectacular.
Pero aún quedan un par de horas de luz que exprimir antes de dar por concluida la jornada y ahora más animados de nuevo tras la captura volvemos a la carga.
Un par de lances y, de nuevo, puedo notar perfectamente en mi caña como el hilo va rozando la estructura sumergida por la tensión que siento al recoger cada palmo de la línea, hasta que finalmente el jig entra en contacto con ella y comienza a ascenderla por una de sus caras. En mi gunslinger, un auténtico “taquígrafo” que te permite “leer” casi a la perfección el lugar por el que se desplaza el señuelo, amplificado más aun si cabe por la casi inexistente elasticidad del fluorocarbono de 14 lb que llevo montado y el jig de keitech modelo II de ½ oz con su cabeza de tungsteno, material que por su densidad permite una mayor sensibilidad y sonoridad al golpear cualquier objeto, ya noto como rebota, a medida que sube, contra la superficie rocosa del obstáculo subacuático hasta que llega a la parte más alta del mismo y lo rebasa.
Comienza entonces la caída libre hacia el fondo, con la línea totalmente libre, pero tan sólo unos segundos después noto un claro y enérgico golpe en la línea, un pez, seguramente alertado por el continuo golpear del jig contra la estructura y emboscado en la otra cara, como buen depredador, había tomado mi jig de forma franca y clara y, como respuesta, una enérgica clavada para asegurarme de prender bien el anzuelo en su boca y empieza la contienda.
Como en la captura anterior el pez se empecina en buscar el fondo con tirones rápidos y nerviosos y tirando aún con más fuerza y potencia, haciendo que fuese necesario cargarse de paciencia para agotarlo y que ningún detalle propiciase su pérdida antes de poder verlo. Prometía ser otro enorme ejemplar, pero en esta jornada todos los peces habían hecho gala de una increíble lucha y, hay veces que ejemplares de menor porte ofrecen una pelea mucho más encarnizada que otros congéneres de mayor tamaño.
Un par de rápidos zig-zag y carreras laterales, pero siempre a la misma profundidad. Se niega a ceder un sólo metro y no consigo hacerlo subir en los primeros compases de la contienda. Por fin, tras unos segundos que se me antojaban eternos por las ganas que ya tenía de ver al pez, empieza a ascender y ya se encuentra el compañero preparado con la sacadera para atraparlo a la primera oportunidad.
Después de la increíble pelea que ofreció el desenlace fue más rápido de lo previsto, puesto que el bass ascendió casi en vertical y, sin darle segundas opciones, el compañero consiguió introducirlo en la red cuando yo aún no había podido más que ver una pequeña porción de su tamaño, ya que en su subida se pegó al casco de la barca.
Los nervios del compañero a medida que me acercaba el ejemplar con la sacadera y su frases, “este sí”…”este los pasa seguro y bien”…sólo conseguían disparar aun más la adrenalina cuyos niveles ya habían subido al máximo durante la picada y la pelea.
Las caras de los tres tras cogerlo en la mano y observar sus dimensiones reflejaban, sin necesidad de hablar, lo que supone para cualquiera de nosotros una captura así. Especialmente la de mi tocayo Iván García que estaba, aún si cabe, más nervioso que yo.Sin más dilación colocamos al pez en el peso y, en esta ocasión, vimos pasar los números en rápida progresión hasta detenerse en los 3,22 kg de peso. El anhelo y el objetivo de tantas y tantas jornadas de pesca estaba de nuevo en mis manos y mi satisfacción, no sólo por haberlo capturado, sino por cómo se produjo la captura, tras una jornada difícil en la que hubo que pensar y probar muchas cosas hasta dar con la clave, era absoluta. Cuando te propones un objetivo así y, tras muchos intentos fallidos y todo lo compartido y aprendido por el camino, llegas a conseguirlo la sensación es realmente indescriptible.
Unas cuantas fotografías de recuerdo de dicha captura, aunque nunca demasiadas pues por muy grande que sea el ejemplar jamás debemos olvidarnos de proporcionarle un trato y un cuidado adecuado para que pueda regresar a su medio en condiciones óptimas, y, como siempre, fue devuelto a su medio.
Diez minutos, ese breve espacio de tiempo tras horas sin conseguir una sólo picada, habían bastado para convertir una jornada de pesca normal en una inolvidable.
Pero así es la pesca, nos enfrentamos a seres vivos que intentan, ante todo, adaptarse a los innumerables cambios que se suceden en su medio para lograr sobrevivir y, por ello, la convierten en una afición tan caprichosa y cambiante, tan imprevisible y espontánea que nos vuelve locos a veces y consigue meterse muy dentro, hasta formar parte de nosotros mismos, de por vida.
Aquí os dejo, compañeros, el relato de una jornada especial. Quizás por ello he dejado que transcurra el tiempo para volver a traer al recuerdo las imágenes de aquel día, ya que a veces es preciso tomar distancia para poder observar las cosas con más claridad y valorarlas en su justa medida.
Espero haber podido transmitiros, aunque sea en una pequeña parte, las sensaciones de esta jornada y os pido, como siempre, perdón por la extensión de la misma.
Por último no me quiero despedir sin dedicar, de manera muy especial a mi amigo Toni Ureña, por ser como es, un gran compañero y amigo al que no le importa compartir todo lo que sabe, y también, por supuesto, a mis compañeros de aventura, Siro e Iván García, que hicieron que esta jornada fuese casi perfecta con sus risas, su compañía y sus palabras de felicitación sinceras, esta crónica y esta captura.
Un abrazo a todos compañeros y, hasta la próxima crónica.